martes, 5 de mayo de 2009

Invitado 4: S/T

De la misma forma que los uniformados envidian y resienten a los desnudos, él envidiaba su personalidad...

No entendía como ni cuando una intrusa, en ese mundo que él, por necesidad y comodidad creó, había llegado para hacerle cuestionarlas bases que tanto le había costado construir para vivir en paz... Y lo que más le perturbaba era que esas nuevas costumbres, antes hasta reprochadas y mal vistas, empezaban a atraerle hasta el punto de encontrarlas seductoras y vitalizantes. Le costaba admitirlo, pero había llegado a necesitar a esa criatura que ahora descansaba junto a él; paradójicamente, ella se encontraba debajo de los brazos de él, como si ella fuera el pupilo, el ser frágil que necesitaba protección, cuando la verdad era que, si ella desapareciera mañana, él no podría volver a ser feliz en su mundo que, algunas veces, lo salvó de morir en su propia ley.

En tan poco tiempo ella había logrado lo que ni un matrimonio, un divorcio, una guerra mundial y una recesión económica habían logrado en su vida. Eso es: vivirla. Nunca antes le había parecido tan poco el dinero que tenía o tan vacías las cualidades de las que una vez estuvo orgulloso frente a ese ser que ahora empezaba a despertar. No tenía memorias de su infancia, pero no se acordaba sentirse tan pequeño e indefenso, ni en la guerra frente al enemigom al menos ahí tenía su rifle y sus camaradas, ¿ahora qué tenía? Un exceso de años y un intelecto fragmentado, bombardeado por demasiados libros (ni en su juventud su físico y apariencia habían dado mucho para hablar), para poder enfrentarse a un mundo nuevo. Pero nada le importaba, no podía pensar en la sonrisa que esa mujer le había obsequiado tan ligeramente como las nubes regalan lluvia y esta reagala gotas a la tierra. En verdad, no podía pensar en un mañana sin ella.

Phillip Traum

Aullido barítono [ ]

Él, que no conocía el temor, él, cuyos límites no eran más que el impulso para enfrentarse a lo que vencería ante los incrédulos espectadores de turno, él, precisamente él, de repente, se dio cuenta de tantas noches que había pasado en vela pero, más importante, que en todas ellas nunca había visto el amanecer. Nada era igual: hace años, cuando todavía el azul no había dado paso a la oscuridad total que lo cubría, todo lo que hacía parecía tener un objetivo, una meta y un destino claros; ahora, el horizonte era el difuso espejismo de la imposibilidad de una esperanza.
Hace años, cuando todavía veía los amaneceres y no existían los imposibles, la vida se le hacía simple y agradable. No requería de excesos para entretenerse ni de represiones para calmar su conciencia, vivía en el perfecto equilibrio entre lo obtenible y lo deseable.
Aún recordaba el día en el que vio más allá del horizonte, ese día en el que, sin esperarlo, se encontró en medio del espacio y pudo ver a una estrella tan clara y tan cercana que, al descender de nuevo al suelo, intentó desesperadamente construir una escalera hacia ella, escalón por escalón, sin darse cuenta de que su tarea era inútil… a los humanos no se nos ha concedido el derecho de alcanzar las estrellas.
Sí, aún recuerda ese día, no recuerda en lo más mínimo las cosas sin importancia, como la fecha, aunque le parezca muy probable que haya sido un martes, un martes o un jueves (finalmente el martes siempre es importante); pero sí recuerda claramente una sonrisa, una fruta que no aceptó, un sillón y un pequeño departamento, mucha gente que no conocía, sus propias bromas tontas y las risas que después no quiso dejar de escuchar, recuerda todo eso, así como recuerda el día en el que ella le preguntó qué haría se aquel hubiera sido fuera el último. Ella nunca supo la respuesta: su presencia era el único deseo.
Ahogándose en estos recuerdos que inundaban su corazón, nunca tuvo intenciones de emerger. Muchas veces le había sucedido lo mismo cuando se encontraba soñando con ella y de repente se despertaba: vivía, pero en constante deseo de muerte, sabía que los pocos momentos que su presencia lo trasladara al Olimpo tendrían como costo el Tártaro de su ausencia: ¡las horas en el primero eran tan cortas, y los segundos en el segundo tan largos!. Ahogándose en estos recuerdos perdió su voluntad, intentando ver la estrella se quedó sin horizonte, y ya nunca pudo ver el amanecer…
Cuando finalmente cayó en la cuenta de que la estrella no era tan importante, una inimaginable tristeza invadió su corazón; no por los amaneceres perdidos, ni por los esforzados escalones, … la tristeza era por la estrella: sabía que la estrella nunca encontraría un observador como él, ahora ni siquiera él mismo podía serlo. Romance que murió antes de nacer, defunción sin cadáver y sin llanto, puente al que le dejaron súbitamente sin destino. Y se sentía vacío. Sabía que aquello que había llenado completamente su vida ahora ya no estaba, sabía que sin ella ya no había Tártaro, pero sabía también que tampoco habría Olimpo. Había sido tal la presencia de la estrella en su vida, que le daba la impresión de que su propia existencia y la existencia de aquella eran lo mismo. El que la una pudiera existir sin la otra le atormentaba: no tenía sentido.
Los poemas que escribió, las canciones que cantó; los pasos, los escalones, la mano extendida, la flor y una esquina concurrida, una caminata nocturna y una carrera entre sollozos a la media noche; las ilusiones, los sueños y las plegarias. Todo eso ahora olía a corrupción, tal era el estado de su muerte. Todos esos recuerdos se asemejaban al discurso de un funeral que no le era grato, un funeral de sí mismo en otro tiempo.
En fin, este desdichado hombre, esta miseria de ser, este mal remedo de criatura a la cual estas líneas son demasiado reconocimiento, se encontraba en aquel punto en el que se niega el movimiento, en el que todo le era molesto, todo le era insoportable, él mismo se era insoportable, él mismo estaba de sobra. Necesitaba desesperadamente una nueva estrella…necesitaba de una nueva estrella?

Te veré de lejos, desde el otro lado
Sin poder escucharte, sin que puedas escucharme;
Levantaré mi voz, te gritaré desesperado
Pero no sabrás de donde viene un lamento tan distante.

Te sentiré por siempre, te sentiré desde adentro,
Porque afuera nos separa un abismo que me es infranqueable.
Te sentiré por siempre, te visitaré en mis sueños,
Que despierto tus puertas me son inalcanzables.